El silencio todavía retumba en los oídos. Una generación casi completa había desaparecido y la solución era no hablar. La razón era: “Algo habrán hecho”. Y bajo ese lema, se sostuvo el silencio, y el miedo. Pero hemos aprendido las reglas del juego democrático.
Constantemente, sostenemos que la historia es cíclica, pero, afortunadamente, podemos sostener que el 24 de marzo de 1976 no se volverá a repetir.
Vale iniciar estas líneas diciendo que no vivimos en el mismo contexto que hace 46 años; y nunca está demás decir que las cosas no se generan por combustión instantánea
Una razón por la cual no volveremos a recaer en una dictadura de facto es que en estos últimos cuarenta años hemos aprendido, como sociedad, el valor que tiene el derecho a voto. Podemos estar de acuerdo, o no, muchas veces con los resultados de las elecciones; pero es el juego democrático, y aprendimos las reglas.
Por otra parte, en el contexto actual los militares ya no cuentan con el lugar de poder que detentaban en 1976.
Actualmente, pertenecer a la institución castrense es una elección, y no una obligación. Hoy podrían renunciar, denunciar, y hasta incluso publicarlo en sus redes sociales para que todos sepan lo que sucede puertas adentro.
Otra vez es necesaria una aclaración: quienes hoy se enlistan en las Fuerzas Armadas, no son golpistas. Demonizar la institución por el obrar del pasado no es correcto.
Otra forma de analizar el cambio histórico es a través de la arquitectura, que es simbólica y nos brinda información visual. En el bajo porteño nos vamos a encontrar con la Casa Rosada y el actual Ministerio de Defensa, el otrora edificio centinela.
Solemos creer que la fachada del palacio presidencial es aquella que mira sobre la Plaza de Mayo, pero no. La verdadera cara de la Rosada mira hacia el Río de la Plata; en diagonal al centinela. Durante el Siglo XX, los militares creían controlar el accionar presidencial, miraban el Sillón de Rivadavia desde la ventana de enfrente. La Casa Rosada ya no mira de reojo a los militares, se concentra sobre la Plaza de Mayo, sobre el pueblo.
Continuando con las huellas de la arquitectura y el urbanismo, cabe destacar que, gracias a los trabajos de arqueología urbana, se ha podido encontrar vestigios de edificios que funcionaron como centros clandestinos de desaparición y tortura; lo cual alimenta al proceso judicial y colabora en la resolución de diversas causas judiciales.
Quienes no vivimos en tiempos de dictadura, recordamos el silencio y el vacío respecto al debate sobre los desaparecidos.
Se había decidido que de ciertas cosas no se hablaba, que mejor ni pensar en ello. Una falta de empatía total con el pasado, y una herida en nuestra identidad nacional. Una generación casi completa había desaparecido; y la solución era no hablar. La razón era: “Algo habrán hecho”. Y bajo ese lema, se sostuvo el silencio, y el miedo.
A partir del año 83 volvieron los artistas a la Argentina, reaparecieron los intelectuales, hablaron los símbolos, y se fortalecieron las instituciones democráticas. Al punto tal, que se bajaron los cuadros. La mismísima institución presidencial, personificada por Néstor Kirchner condenó a su antecesor bajando su cuadro de la Escuela de Mecánica de la Armada.
El Juicio a las Juntas inició un proceso de condena que se ratificó ese día con la bajada de los cuadros, una decisión y una declaración política absoluta: se condenaba desde la presidencia el accionar terrorista, la violencia, y la pérdida de la identidad. Un Presidente democrático le decía “Nunca más” a los creadores de aquel terror, a los creadores de la figura internacional del “Desaparecido”.
El ejercicio de la memoria reconstruye la historia, y le da identidad. En estos casi cuarenta años, hemos aprendido que el derecho a la libertad de expresión y pensamiento es el motor que mueve a la democracia. Entendimos que votar es nuestro mayor poder. y que a la violencia y al terrorismo le decimos “Nunca más».
Por estas razones ese negro pasado no volverá a suceder: Memoria, para reconstruir los hechos; Verdad, para construir una identidad; Justicia para cerrar la herida.
Cata Cabana, historiadora, escritora.
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