Roberto Marcelo Gómez (51) cuenta que a los 16 años supo que la enfermera que lo crió no lo había llevado en su vientre aunque le hizo creer que era el mellizo de la hija que sí parió. “No me dio una buena vida, fui maltratado y golpeado. Sólo necesito saber cómo se siente el abrazo de una mamá”, implora en medio de su búsqueda desesperada
Fue un sueño, que toma como una señal, el que hizo que Roberto Marcelo Gómez (51) iniciara la búsqueda. Se dio cuenta de que no estaba completo, que había piezas de su propio rompecabezas que faltaban y era, nada menos, que conocer su pasado, su historia… su identidad. A los 16 años supo lo que tanto sospechaba: la mujer que lo crió no era su verdadera madre. Y su padre tampoco. O quizás sí, aún lo duda.
Fue el hombre que lo crió el que le dijo un día le sembró la duda: “¡Ella no es tu madre! ¿No ves cómo te trata?”. Pero nunca le contó si él era su progenitor, ni cómo llegó a la familia. Murió en 1987 sin revelarle el mayor secreto. Más tarde, una tía lo confirmó.
No puede hablar de ellos con afecto. Pero no por lo que supo, lo que duda e intenta resolver sino porque siente que además de sacarle a su mamá, quienes lo criaron le mintieron toda su vida y arrebataron su infancia: “No tuve una niñez feliz: fui víctima de la explotación infantil y un niño golpeado. Me hicieron trabajar desde los 7 años, estaba más en la calle que en la casa… Sufrí malos tratos, muchos golpes”, lamenta al hablar de la mujer que lo crió, Blanca, una enfermera que “tenía todo al alcance de sus manos, sí quiso robar un bebé pudo hacerlo”, duda; y de Alberto, el zapatero o “cónyuge de ella”, como lo llama.
En su búsqueda no hay reclamos sino necesidades. “Sólo quiero saber cómo se siente el abrazo de una madre, cómo es peinarle su pelito, agarrar sus manos, acariciar las arrugas de su cara… Eso es lo único que quiero. Y si ya no está en este mundo, quiero saber cómo era, qué pensaba, tener una foto de ella… No me interesa hacer cuestiones, sólo quiero darle mi amor o llevarle flores a su tumba”, implora.
La triste infancia
“Dicen que nací el 3 de mayo del año 1971 en Goya, Corrientes, en una casa de la calle Piragine Niveyro, entre Chile y Perú, según mi partida de nacimiento. La casa donde viví”, cuenta. Desovillando la historia, supo que la mamá adoptiva sí había estado embarazada, pero de una niña y que dijo que en el parto (acompañado por una partera) nacieron mellizos.
Fue criado en Corrientes, de donde presume que es su mamá, y con casi 20 años se mudó al partido de San Martín, en Buenos Aires, pero cada vez que puede regresa a Goya y camina de punta a punta el barrio San Ramón, “en donde creo que podría encontrar a mi mamá”.
“Nos mudamos de la casa en la que nací a una más grande y con árboles frutales. Ahí los cuatro niños estábamos solos, a veces nos cuidaba la que conocí como mi abuela materna; a tres cuadras estaba la escuela y con 5 años iba y volvía solo; hacer las compras, cargar agua en baldes de una canilla pública era mi trabajo… A los años, nos volvemos a mudar, me cambiaron de escuela para hacer la primaria y ahí la terminé con mucho esfuerzo porque a los 7 años comencé a trabajar con él (el hombre que lo crió). Me hacía abrir el negocio, era responsable a esa edad del sueldo de sus empleados: debía llevarle la plata”, repasa.
Con dolor, recuerda que pese a cumplir los años, supuestamente, junto a su hermana, a él no se lo festejaban. “Veía cómo armaban su fiestita, la mesa con la torta, todo, y a mí nada. Cuando les preguntaba por qué, me decían que yo no lo necesitaba. Los otros hermanos, me trataban de la misma manera: mal o me ignoraban. Eso no era todo. Me hacían esperar a que todos terminaran de comer para poder alimentarme con lo que quedaba…”.
También recuerda apenado que “ella le decía a los demás niños del barrio que no jugaran conmigo porque era un ‘granuja’ (niño que se porta mal). Sólo me hacían trabajar como cuando me pedían que llenara un tacho oxidado de 200 litros con agua que luego no se podía usar y debía ir todos los días a cargarla en baldes de 5 litros…”.
Todo lo que pasaba en casa repercutía en la escuela. “Tenía malas notas y mala conducta. Nadie me decía qué estaba bien y qué estaba mal. No me enseñaron a compartir, a ser tolerante, a respetar, a querer, a ser compañero. Dormía en cualquier lado, entre alambres, en sillas, en cualquier lugar menos en una camita… y con los años, empecé a preguntarme por qué tanta diferencia entre ellos y conmigo”.
Las sospechas
Todo ese maltrato y las diferencias que hacían entre él y sus hermanos lo llevaron a sospechar si Blanca era en verdad su madre. “Al terminar el séptimo grado, un amigo de mi papá, por llamarlo de una manera, me lleva a trabajar en el camión y eso para mí fueron como unas vacaciones. Pese al trabajo de cargar con 12 años, recorrí todas las provincias, conocí lugares y eso me alejó de la vida dolida que tenía”, recuerda.
Regresó a fin del verano de 1984 cuando fue solo para anotarse en la escuela secundaria y viéndose allí solo volvieron las mismas preguntas a su mente: por qué tantas diferencias.
“Un día se lo pregunté a una tía y me dijo que la persona a la que llamaba mamá, no lo era, se me cayó el alma al piso. Esa tía me dijo que sentía tristeza por mí, por el tipo de vida que me estaban dando, por eso me lo contó, pero no dijo mucho más. Cuando indagaba me decían que Alberto era mi papá biológico, pero también dudaba de que eso fuera verdad porque de haberlo sido no pudo permitir que la mujer me tratara de esa manera”, dice angustiado.
Lo que le dijeron distintas personas y que pudo unir para hacer su historia es fruto de “una relación extramatrimonial” y que Blanca aceptó criarlo para “desquitarse en mí por esa infidelidad”.
“Eso solo decían, pero que no podían decirme quién era mi mamá, que mis verdaderos abuelos era de una familia de clase media y que el hecho de que ella haya quedado embarazada fue una vergüenza, y que le dieron a elegir entre el bebé y la familia, las comodidades… Dijeron que ella quiso seguir con el embarazo y que me dejó en un hospital para que alguien pudiera cuidarme. Mi supuesto padre biológico, Alberto, me contó algo similar, pero nunca dijo que había sido producto de una infidelidad, tampoco dijo quién era mi mamá porque, para él, haberme abandonado fue algo imperdonable…”.
Pese a esa parte de la historia que aún intenta esclarecer, lo que más le duele es que fue apropiado y que hubo personas que falsificaron su partida de nacimiento, que incluye el nombre de dos testigos.
Luego del Servicio Militar se mudó a Buenos Aires, conoció a su esposa, formaron una familia y retomó los estudios. “Terminé la secundaria casi con 30 años, estudié para ser electricista y me dedico a instalar Split, por estos días se trabaja bien”, cuenta y dice con orgullo que sus hijos y nuera lo ayudan en su búsqueda para conocer su verdadera identidad.
El camino a la verdad
No fue hasta hace unos años atrás, que comenzó a sentir la necesidad de conocer a su madre. “Sentí que ya había hecho todo lo esperable en la vida: me había casado, tenía hijos, había plantado un árbol, tenía mi casa, mis autos, me iba bien en el trabajo, tenía cosas materiales que jamás soñé, pero sentía un vacío. No estaba bien, y una noche tuve una pesadilla, creo… porque me desperté gritando: ¡Mamá! ‘Quiero encontrar a mi mamá!’, le dije a mi esposa y así empecé a buscarla, en 2015. Averigüé en todos lados posibles de Goya y lo sigo haciendo”, asegura.
Volvió a indagar a Blanca. “Sabiendo que yo podría denunciarla, no me dice la verdad y sé que ella sabe quién es mi madre”, explica y cuenta un momento en que lo ilusionó: en 2015, llegó a una familia porque la propia Blanca le había vuelto a mentir diciéndole que por fin le revelaría la verdad y le dio un nombre y una dirección como la casa de su mamá biológica, fue allí y supo que la mujer había muerto hacía unos años. Encontró a sus hijos que lo recibieron con emoción pensando que él era el hermano que creyeron que nació muerto. “Nos hicimos una prueba de ADN y dio negativo”.
Ahora, la mujer tiene más de 80 años y “pese a los dos ACV que tuvo, su mente funciona muy bien”, según cuenta Roberto. Yo sospecho que todo lo que pasó siempre con las enfermeras y parteras que se apropiaban de bebés, hay muchos casos en Corrientes”, asevera.
“Esto que me pasó a mí no tiene que ver con los desaparecidos, porque fue unos años antes. Sino que tiene que ver con esas redes que robaban y vendían bebés, con esas parteras y enfermeras que les sacaban los chicos a las madres”, enfatiza y cuenta que debido a lo mala que fue la primera etapa de su vida se dedica también a las tareas solidarias y asiste a dos comedores de su Goya natal, hasta donde llega cargado de juguetes y comida para los niños y niñas cada vez que regresa a empapelar la ciudad pidiendo ayuda para encontrar su historia.
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