28 marzo, 2024

El increíble vivero de Juan en Corrientes: Rescata frutas nativas casi desconocidas, que son mucho más nutritivas que las de afuera.

Juan Víctor Sánchez es ingeniero agrónomo y vive en Corrientes capital, donde tiene un vivero bastante particular.

Juan Víctor Sánchez es ingeniero agrónomo y vive en Corrientes capital, donde tiene un vivero bastante particular: está dedicado a plantas exóticas y nativas, pero “raras”, es decir poco conocidas y que realmente merecen conocerse por sus cualidades ornamentales, alimenticias y de fácil cuidado.

“Toda mi vida planté, propagué y regalé plantines para que las personas las conozcan y que no se pierdan las especies”, resume Juan.

“Los factores detonantes para empezar a comercializar estas plantas fueron justamente mi pasión por ellas y mi sueño, que es conservar las especies. Esto, sumado a que al graduarme no vi que hubiera una gran oferta de trabajo y que varias personas empezaron a pedirme espontáneamente que les vendiera plantas, hizo que me decidiera a tener mi propio vivero y dedicarme a algo que me interesa realmente”.

Juan es muy claro al respecto y dice que en seguida comprendió que ser emprendedor le resultaba más rentable que otras actividades y que con la venta de plantas puede financiar sus estudios sobre las especies, lo que implica viajes, pruebas y recolección. También hay otro factor que Juan menciona al pasar pero que fue el inicio de todo: su amor por las plantas, sobre todo frutales, viene por su mamá que es brasileña y que al mudarse a Corrientes extrañaba la variedad de frutas de su tierra. Ese relato/deseo, evidentemente, prendió en su hijo.

El vivero está ubicado en Corrientes capital, con una unidad de propagación de 300 metros cuadrados. Y hay un dato curioso: las plantas “madres” coleccionadas por Juan están dispersas en unas 50 casas de Chaco y Corrientes. ¿Por qué? Porque en su momento había coleccionado muchas y, como no tenía espacio suficiente, las regaló y hoy recolecta material de esos lugares y los propaga en su vivero.

Ahora, aclara, con su familia adquirieron un lote con la idea de que a futuro sea una unidad de conservación y estudio, un vivero y un pequeño café para consumir productos orgánicos únicos cultivados ahí.

“En mi colección tengo cerca de 300 especies (nativas y exóticas) y en venta unas 80. Me falta infinidad recolectar. Es todo bastante difícil porque hay muy poca información disponible en Argentina sobre estas especies”, reflexiona Juan.

“Hay una gran falta de interés por parte de nuestras instituciones para estudiar los frutales nativos, por cuando si encuentro algo debo recurrir a instituciones brasileñas o coleccionistas de allá para que me ayuden en la identificación. Estamos 50 años atrasados en el estudio de nativas con respecto a ellos”.

Lo más curioso es que las frutas nativas son tanto o más diversas y ricas desde el punto de vista alimenticio que las que estamos acostumbrados a comer pero que vienen de otras partes del mundo.

Un ejemplo de esto es el “arándano argentino” o guabiyú (Myrcienthes pungens) que, si bien no es pariente del arándano del hemisferio norte, el gusto y color es idéntico con la ventaja de que está más adaptado al medio ambiente, es fuente importante de alimento para la fauna nativa, y posee 10 veces más antioxidantes que el de EE.UU. ¿Y por qué será que no se lo conoce? Quizás debido a que su árbol genera leña que desprende mucho calor (ideal para fabricar ladrillos) y por eso fue diezmado en la región.

“Otra especie a destacar es el ´Fruto del milagro´ (Synsepalum dulcificum) que se llama así porque ´milagrosamente´ cambia el gusto de los alimentos”, explica Juan. “No es un edulcorante, es un enseñante porque posee una glicoproteína que se pega a las papilas de la boca y produce 2 efectos: sella las papilas que reciben los ácidos y envía una señal al cerebro diciendo que todo es dulce y así, en general, cuanto más ácido es el alimento, nuestro cerebro lo percibe tan dulce como la miel”.

Lo cierto es que la región está llena de frutales nativos únicos como varias especies de guapurú, guabiyú, coquito San Juan, ubajay arbreo, ingá, mora verde, Alvarillo, sacha pera, pitanga, aguai y muchas passifloraceas nativas. También había mucho ubajay y ñangapirí rastreros, pero ya casi desaparecieron por la ganadería.

nativa que posee 20 a 30% de proteína en sus hojas (una espinaca tiene menos de 1%). Otra es una nativa de la India, la Acetocella (Hibiscus acetocella), cuyas hojas tienen 23% de proteína y con la cual hacemos mermeladas y cuyas flores también se comen”.

Otras plantas a destacar (entre muchas) son la Topynambur y Yacon de las cuales se comen sus flores y papas (muy consumidas por celíacos) y la ortiga gigante (Urera Baccifera), de la cual se consumen hojas y frutos y tiene muchas vitaminas. Todas estas plantas mencionadas se cultivan muy fácilmente a nivel hogar en maceta.

“Hacemos un manejo agroecológico: tratamos de aumentar la diversidad de especies y con eso el manejo de insectos resulta más fácil”, describe Juan.

“Nuestro vivero es como una gran jungla, sin media sombra, sin plástico, solo árboles que protegen a los otros del frío y del calor y así tratamos de que exista un clímax entre todas las especies”.

Además del vivero, en el emprendimiento también se elaboran las mermeladas “Sabores de mi madre”, que fue una idea de negocio que Juan pensó para su mamá, que no tiene jubilación y para que pueda generar ingresos. Además, la intención es que la gente tenga la posibilidad de probar estos sabores tan distintos a lo convencional y que casi nadie conoce.

Las mermeladas se venden en el vivero, muchas veces junto con el plantín que se lleva el cliente, para que sepa de antemano el “sabor” de lo que se lleva. “Tenemos unos 30 sabores y a veces recorremos 200 kilómetros para ir a buscar una fruta determinada, pero esa es la esencia de todo lo que hacemos, mostrar la riqueza de nuestras plantas y frutales. Y nuestra idea es seguir expandiéndonos”.