La cantora dejó el plano terrenal para irse al cielo de los musiqueros. Deja un legado de amor por Corrientes y su cultura. Hay tristeza y luto en el universo chamamecero.
En la siesta de ayer, Ofelia Leiva se fue por el sendero largo del camino del arenal para encontrarse con su añorado amor de siempre: Rosendo Arias. A las 14 de ayer, falleció en el sanatorio Güemes de Buenos Aires, víctima de una septicemia, según rezaba el informe médico que se viralizó por el mundo de las redes con expresiones de condolencias, dolor y pocas ganas de resignación.
Hasta el cielo de su querido Corrientes se oscureció con el humo de los incendios que arrasan los montes que anticipó el luto que la triste novedad trajo al universo chamamecero.
Internet se pobló de fotos que sus amigos, colegas y admiradores publicaron en una búsqueda de consuelo colectivo y con mensajes de condolencias a su familia.
Ofelia era dueña de un carisma irresistible, era una referente con mucha historia en el chamamé, sin embargo, mucho de su público venía de la juventud.
La información oficial dice que nació en Corrientes el 7 de noviembre de 1950, pero ella contaba en los reportajes: «Nací por casualidad en La Paternal, en el hospital Alvear de Capital Federal. Pero me crie toda la vida en Corrientes». Ese es un dato al azar. Ella era más correntina que el irupé, esa planta de los esteros que ofrece la más atractiva de las flores.
Con Domingo Raúl Palacios, quien adoptó la identidad artística de Rosendo Arias, formó un dueto icónico. Él provenía del folclore, pero ella se jactaba de su poderoso payé que lo convirtió a la religión chamamecera.
Fueron ellos los que tuvieron el privilegio de estrenar «Pueblero de allá ité» de Pocho Roch y «Bajo el cielo de Mantilla» de Teresa Parodi y Matías Galarza. También parte de sus 15 discos juntos; el primero con el larga duración «Tu pañuelo». Después tuvieron una extensa carrera.
Tras más de 50 años de carrera musical, las dolencias que padecía le hicieron anunciar su retiro en 2016, pero gracias a tratamientos y a su espíritu inquebrantable volvió a los escenarios, en especial a la Fiesta Nacional del Chamamé.
«La música es sanadora. Vivo con una sonrisa. A mí arriba del escenario no me pasa nada, como que no me duele nada. Soy la persona más sana, se me llena el corazón, es una sensación mágica. Mi médico me pidió: “No dejes nunca de cantar», solía declarar, y eso se notaba en cada enero en el anfiteatro Cocomarola cuando su presencia se hacía emoción que bajaba del tablado Osvaldo Sosa Cordero y se convertía en un estentóreo Sapucay entre el público.
Fuente: Diario Epoca
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