15 abril, 2025

A los 89 años murió el escritor Mario Vargas Lllosa

«Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz», escribió su hijo Álvaro Vargas Llosa en su cuenta de la red social X.

El escritor peruano Mario Vargas Llosa falleció este domingo a los 89 años en su casa limeña, donde residía desde 2022 tras un largo periplo que le llevó a vivir en Europa desde la década de 1990, informaron sus hijos a través de las redes sociales.

«Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz», escribió su hijo Álvaro Vargas Llosa en su cuenta de la red social X.

 “Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo”, expresaron sus hijos. La familia destacó que Vargas Llosa “gozó de una vida larga, múltiple y fructífera”, y que su obra “lo sobrevivirá”.

El Premio Nobel de Literatura 2010, nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936, fue una de las figuras más influyentes del llamado “Boom Latinoamericano”. Entre sus novelas más célebres se encuentran La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, La casa verde, La fiesta del chivo y Travesuras de la niña mala, entre otras. También incursionó en el ensayo, el periodismo, el teatro y la política.

En el comunicado difundido por la familia, se informó que los restos del autor serán incinerados, “como era su voluntad”, y que el entorno más íntimo se despedirá de él “en familia y en compañía de amigos cercanos”, resguardando la privacidad.

“No tendrá lugar ninguna ceremonia pública”, indicaron sus hijos, quienes agradecieron las muestras de afecto y pidieron respeto en este momento de duelo.

Vargas Llosa fue también miembro de la Real Academia Española y recibió numerosos galardones internacionales a lo largo de su carrera, entre ellos el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias de las Letras y el PEN/Nabokov Award. Su legado literario y su figura intelectual marcaron a varias generaciones de lectores y escritores en el mundo hispano y más allá.

El valor de su obra literaria está por encima del personaje público que a menudo encarnó, con una libertad que le ganó enemigos de un bando y de otro. Sobrevivió a los dogmas de la izquierda y de la derecha. Al barro de la política, a la alta sociedad de revista Hola!, en su último matrimonio con la socialité Isabel Preysler. A los encasillamientos y los maniqueísmos.

Liberal, demócrata, dijo a lo largo de su vida lo que pensaba, con su voz aguda y su acento suave. Sin temores, y sin pelos en la lengua: como a la hora de escribir ficción. Fue un joven escritor de izquierdas y un señor mayor embanderado con la derecha monárquica española. Habló de la tentación de lo imposible, título de uno de sus ensayos, en su inolvidable discurso de aceptación del Premio Cervantes, en 1994. Un texto sobre el origen de su yo escritor, por supuesto dedicado a Cervantes. A Don Quijote, a la vocación de contar historias y al lugar de la ficción en la vida humana. Lo cerró así, hablando del caballero andante de La Mancha: “Nada lo distrae, nada lo despierta, nada le recuerda los avatares de su vida real. Rumbo al trabajo o al porrazo, el caballero vive la ficción y es feliz”.

Elegante, refinado, culto, encantador, el peruano transmitía en las entrevistas, practicando con gusto el arte de la conversación, la pasión por la literatura que era su vida. Qué placer escucharlo hablar de sus lecturas con pasión, casi tanto como leer sus mejores libros.

La generación de lectores del boom, en los 60 y 70, quedó marcada por su obra tanto como por la de Gabriel García Márquez (con quien tuvo un famoso altercado que incluyó un ojo morado), Julio Cortázar, Juan Rulfo o el uruguayo Juan Carlos Onetti. Protagonistas de un movimiento de renovación formal y temático que se proyectaron al mundo bajo el impulso de la legendaria agente catalana Carmen Balcells.

La ciudad y los perros, de 1962; los relatos de Los Cachorros; las novelas La tía Julia y el Escribidor, Pantaleón y las visitadoras, La guerra del fin del mundo, Lituma en los Andes, El Hablador, Elogio de la madrastra; y por supuesto su obra maestra, Conversación en la Catedral. Publicó también famosos ensayos (El viaje a la ficción, La civilización del espectáculo, La orgía perpetua, La tentación de lo imposible, entre otros) y piezas teatrales.

Con sus 800 páginas, Conversación en la Catedral está considerada como una de las grandes novelas de la literatura universal, y tiene uno de los arranques más famosos, citados y parafraseados de la literatura en español. “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

En noviembre pasado, el autor volvió al bar limeño que ya no es, el lugar que inspiró su ficción más célebre, de la mano de su hijo Álvaro. “55 años después, retorno al (ex) bar ‘La Catedral’, en busca de los fantasmas de Zavalita y el zambo Ambrosio”, escribió el hijo bajo una foto de su padre apoyándose en un bastón. La misma que ahora vuelve a dar vueltas en las pantallas.

Vargas Llosa murió el mismo 13 de abril que Eduardo Galeano diez años atrás. Una coincidencia que también vale para pintarlo como figura que escapa a los facilismos: en las antípodas ideológicas, los dos escritores, que habían estado más cerca en otro tiempo, se apreciaban. El peruano escribió una despedida cálida y respetuosa de Eduardo cuando murió en 2015.

También su discurso de agradecimiento cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 2010, fue un elogio de la ficción y la literatura. Su gran y contagiosa pasión, a la que hizo un aporte generoso cuya lectura solo vale recomendar. Vargas Llosa no vivió la ficción como Don Quijote, sino una vida comprometida con su aquí y ahora que no le ahorró polémicas. Pero sí vivió para la ficción, pensándola y creándola con las mejores herramientas del lenguaje. También fue un caballero feliz.