2 enero, 2025

Cromañón, crónica de una noche atroz: del inicio del show de Callejeros a los intentos desesperados por salir del boliche

El 30 de diciembre del 2004, hoy hace 20 años, se produjo el incendio del local de Once que causó 194 muertos y más de 1.400 heridos. El promedio de edad de la víctimas fue de 22 años. Cómo se produjo el humo negro mortal. y todas las fallas de seguridad que lo convirtieron en una cámara de gas. Las condenas a los responsables

“¿Se van a portar bien?” La multitud rugió. Algunos contestaron que sí, otros que no. Todo a los gritos. Repitió la pregunta. “¿Se van a portar bien?”. Era una pregunta retórica, una especie de saludo. La batería arrancó. Abajo miles de jóvenes saltaban. A pensar, a reaccionar, a relajar, a despotricar/ A decir estupideces. Eran las 22.50 del penúltimo día del año. 30 de diciembre de 2004. A ser idiota por naturaleza/ Y caer siempre ante la vaga certeza/ De que en esta tierra todo se paga. Callejeros empieza su último concierto del año, la tercera noche consecutiva en República de Cromañón, el reducto rockero que había inaugurado Omar Chabán ese año. Más de 3.500 personas saltan al ritmo de la música, cantan, gritan, transpiran. A consumirme, a incendiarme, a reír sin preocuparme/ Hoy vine hasta acá. La banda abrió la noche con Distinto, un tema del álbum que habían sacado pocos meses antes; detrás de ellos un telón, una gran bandera, con la ilustración de la tapa de CD. Alguien –un chico, un adolescente, un joven: nunca se sabrá- enciende una especie de bengala. La candela tres tiros voló hacia el techo. La masacre está a punto de perpetrarse.

Tal vez sea una construcción posterior, tal vez sea un modo de encontrar explicación a lo que sucedió o de darle un orden al desastre. Lo cierto es que varios de los sobrevivientes dicen recordar, haber visto, el momento exacto en que la candela entró en contacto con la media sombra, como el fuego se esparció sobre el techo. Una bolita ígnea que alcanzó la media sombra y corrió sobre ella, como si fuera la pelota de un pinball, rasgándola, haciendo crecer la masa ígnea, llegando hasta los paneles que cubrían el techo. Las llamas naranjas iluminaron a la multitud. Y el techo se empezó a desgajar sobre sus cabezas. Ya fueron más los que vieron qué sucedía. Comenzaron las corridas incómodas, imposibles en el lugar rebalsado. Se cortó la música, los integrantes de Callejeros descubrieron el fuego, algunos salieron por detrás del escenario, otros buscaban con los ojos a sus familiares que estaban en el vip, en la planta alta del lugar. Abajo se había desatado una estampida. Todos empezaban a buscar la salida. De pronto se cortó la luz. Todo quedó oscuro. Fue como si la falta de luz aguzara el oído.

En medio de lo que parecía ser el cierre de un año exitoso para Callejeros, se vivió una de las mayores tragedias no naturales en la Argentina, así como la mayor en la historia del rock: 194 personas murieron y alrededor de 1.500 resultaron heridas. ¿La causa? Un incendio provocado por una bengala durante el último de los tres recitales que el grupo brindó en República de Cromañón.

Cerca de las 22:50 del 30 de diciembre de 2004, la banda compuesta por Patricio «Pato» Fontanet (voz), Christian Torrejón (bajo), Maximiliano Djerfy (guitarra), Eduardo Vázquez (batería), Elio Delgado (guitarra y coros) y Juan Carbone (saxo y bandoneón) comenzó a tocar la primera canción de la noche. Sin embargo, una bengala alcanzó la media sombra que cubría el techo y provocó un incendio. En tan solo unos segundos, se formó una nube tóxica, que fue la responsable de las mayorías de las muertes. La formación interrumpió su presentación, mientras que los más de 4.500 presentes intentaban escapar.

En medio del pánico y la desesperación, la luz se cortó por las llamas, las cuales no se podían extinguir porque los matafuegos no funcionaban. En tanto, los jóvenes se amontonaron en las cercanías de la única puerta de acceso, ya que cuatro de las seis salidas de emergencia estaban cerradas con un candado y alambres.

“Al estar el establecimiento colmado de gente, en cantidad excesivamente superior a la permitida, y con sus salidas en parte obstruidas y en algún caso ‘clausurada’, y tomando en consideración que al instante de iniciarse el incendio se cortó la luz de la parte interior del local, denotan el peligro al que se vieron expuestas las personas”, estableció en uno de sus fallos el Tribunal Oral en lo Criminal N°24.

En ese contexto, 194 personas perdieron la vida y al menos 1.432 resultaron heridas. Entre las víctimas fatales se encontraban familiares y allegados de miembros de Callejeros: la novia de Fontanet; la madre de Vázquez; la tía, el tío, la ahijada y la prima de Djerfy, y la esposa del manager, Diego Argañaraz, así como el hermano del percusionista invitado, Daniel Conte.

Había más de 4.500 asistentes esa noche, siendo que Cromañón solo estaba habilitado para 1.031. Varios de los espectadores que lograron ponerse a salvo terminaron en un estacionamiento ubicado detrás del boliche. Algunos testigos que ayudaron con el traslado de heridos y que volvieron a ingresar al local relataron que había «varios cadáveres apilados» en el interior. Ese episodio se convirtió en la peor tragedia mundial en la historia del rock, así como una de las mayores tragedias no naturales en la Argentina.

Cromañón, una trampa mortal

La habilitación del local estaba vencida y no era para un sitio en el que tuvieran lugar recitales multitudinarios sino para un local bailable Clase C: antes había funcionado una bailanta llamada El Reventón. Se comprobaron el pago de coimas a inspectores y funcionarios de la Ciudad para que el boliche siguiera en funcionamiento. También a la policía para que hiciera la vista gorda con todas estas irregularidades, con la laxitud del cacheo, con la cantidad de gente ingresante, la venta de alcohol, el ingreso de menores, con la clausura ilegal de las puertas de emergencia y demás.

Había 15 matafuegos en el lugar, pero sólo 4 estaban cargados y funcionaban correctamente.

Cromañón no contaba con las salidas de emergencia adecuadas y las puertas que debían funcionar como las principales salidas de emergencia tenían puesto candado y el abridor de adentro del local estaba atado con alambres para inutilizarlo: cerraron esas puertas a cal y canto para que nadie se colara por allí.

El cacheo del público también fracasó: está claro que hubo gente que ingresó con pirotecnia.

La media sombra que colgaba sobre los asistentes no era ignífuga, cómo debió haber sido (pese a que en el juicio Chabán mintió que sí), sino de poliuretano, un material muy inflamable. Pegadas al hormigón del cielorraso había planchas de espuma de poliuretano, de color beige y 2,5 centímetros de espesor, como las que se usan en la fabricación de colchones, a base de isocianato y polioxipropileno. Sobre éstas se había colocado guata blanca, de 6 centímetros de espesor, una resina poliéster de la familia del polietileno tereftalato. La media sombra, al quemarse, desprendió dióxido de carbono, monóxido de carbono y acroleína. El poliuretano expulsó cianuro de hidrógeno (ácido cianhídrico), dióxido de carbono, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y vapores de isocianato. Y la guata exhaló dióxido de carbono y monóxido de carbono.

La mayoría de las víctimas murió por la inhalación de esos gases tóxicos, venenosos, desprendidos del incendio de esos materiales que nunca debieron estar ahí. El boliche de Once se convirtió en una enorme, macabra, cámara de gas.

Durante las primeras horas, luego de escaparse del lugar, Chabán dudaba de la cifra de muertes, le parecía inverosímil la cantidad que se manejaba (a pesar de que a esa altura era inferior a la que resultó finalmente). Él no había visto tanto fuego, había visto que hasta se había extinguido bastante rápido. No comprendía, no sabía, todavía de esos gases venenosos que intoxicaron, anularon los pulmones de las víctimas.

La obturación de las salidas, las puertas cerradas o colocadas de manera inversa –que se abrían para adentro-, todas medidas realizadas con el fin de que no entrara gente sin entrada, sin importar que ante un siniestro eso imposibilitara que los que estaban dentro pudieran salir, aumentó exponencialmente el número de víctimas. Una evacuación más veloz, con vías de escape más amplias y adecuadas hubiera salvado muchísimas vidas.

El proceso judicial contra los miembros de Callejeros

Debido a la complejidad del caso se realizaron cuatro juicios orales para juzgar a 26 personas, de las cuales 21 fueron condenadas, aunque solo 18 pasaron por la cárcel. Los integrantes del grupo fueron procesados por el hecho y se generó un debate en torno a su responsabilidad en el siniestro. Mientras algunos atribuían la culpa a los actores políticos y dueños del establecimiento, hubo quienes apuntaron los dedos hacia Callejeros, acusándolos de incentivar la utilización de ese tipo de pirotecnia en sus recitales.

El juicio principal comenzó en agosto de 2008 y se encargó de la investigación del fallecimiento de las víctimas y las lesiones sufridas por los sobrevivientes. En esa instancia, los magistrados Marcelo Alvero, María Cecilia Maiza y Raúl Llanos condenaron al mánager del grupo Diego Argañaraz a 18 años de prisión. En tanto, los miembros de Callejeros fueron absueltos en primera instancia por el Tribunal Oral en lo Criminal 24. En ese mismo proceso, también fue sentenciado a 20 años de prisión el gerenciador de Cromañón, Omar Chabán, así como funcionarios porteños y miembros de la fuerza policial.

Sin embargo, las absoluciones a los músicos fueron revocadas por la Cámara de Casación en abril de 2011 y fueron condenados tras ser considerados coorganizadores del recital. Asimismo, el tribunal atenuó la calificación del delito impuesto a Chabán, y por lo tanto su pena (pasó a ser de diez años y nueve meses), al convertir el incendio doloso en culposo, figura que también achacó a los integrantes de Callejeros, al considerar que no se trató de un acto intencional, sino de negligencia.

Por orden de Casación, el Tribunal Oral fijó nuevas penas para los artistas: Fontanet recibió siete años de prisión, Vázquez seis y el resto de los miembros (Torrejón, Carbone, Djerfy y Delgado) cinco. Asimismo, el escenógrafo del grupo, Horacio Cardell fue sentenciado a tres años de prisión. De esa manera, fueron detenidos el 21 de diciembre de 2012.

No obstante, permanecieron tras las rejas un año y ocho meses, debido a que, en agosto de 2014, la Corte Suprema hizo lugar a un recurso de la defensa de los músicos que solicitaba que otra sala de Casación revisara la sentencia de la tercera. Por ese motivo, quedaron en libertad, aunque volvieron a prisión en abril de 2016, cuando el máximo tribunal dejó firme la condena, algo que ya había hecho la sala cuarta de Casación en septiembre de 2015.

La sentencia contra los músicos por el delito de «incendio culposo seguido de muerte y cohecho activo» fue justificada en que eligieron el local República Cromañón como lugar para brindar el show y, de esa manera, no evitaron un riesgo potencial. Sumado a esto, se contempló que todos los miembros de la banda tomaban las decisiones en conjunto.

En octubre de 2016, Djerfy fue beneficiado con prisión domiciliaria. En tanto, Carbone, Delgado y Torrejón quedaron en libertad en julio de 2017, tras cumplir la mitad de su condena y sumar antecedentes de buena conducta por participar en talleres dentro de la cárcel. Finalmente, en mayo de 2018, Fontanet abandonó el penal después de recibir una reducción de pena por una serie de cursos que hizo dentro de prisión. Era el último de los condenados por la tragedia de Cromañón que aún estaba tras las rejas.

Caso aparte fue el de Vázquez, que continúa preso, pero por femicidio. En febrero de 2010, el baterista fue detenido y acusado de prender fuego a su esposa, Wanda Taddei, quien falleció luego de varios días de internación. Según trascendió, la roció con alcohol y activó un encendedor después de una discusión. Por el hecho, fue condenado a 18 años de prisión en 2012, aunque Casación elevó la pena un año más tarde a cadena perpetua, motivo por el cual permanece en el penal de Ezeiza.