La vida de Freddie Mercury tuvo, en muy pocas décadas, de todo. Éxito, drama, amor, polémicas, sufrimiento y una muerta lenta, secreta y atroz.

Nació como Farrokh Bulsara, el 5 de septiembre de 1946 en la isla de Zanzíbar, ubicada frente a la costa de África Oriental, por entonces un protectorado británico. A los siete años, fue enviado a estudiar al St. Peter’s School, un internado de estilo británico, donde empezó a ser conocido como “Freddie” y a destacarse en la música, particularmente por su habilidad para tocar el piano. A los 18, emigró a Inglaterra a raíz de una revuelta popular que derivó en la conformación del estado de Tanzania.
En Londres, continuó su educación en la escuela de Isleworth, obteniendo calificaciones muy altas en el examen de arte, lo que le permitió ser admitido en Ealing Art College, donde estudió diseño gráfico. En 1970, conoció a Tim Staffell, un bajista que, junto al guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor, conformaba el grupo “Smile”. Ante la falta de éxito, Staffell decidió bajarse del proyecto y, luego de varias audiciones, el grupo contrató al bajista John Deacon. Por iniciativa de Freddy, la banda se rebautizó con el nombre “Queen”, mientras él adoptaba el apellido artístico “Mercury”.
Al poco tiempo, firmaron contrato con EMI y Elektra Records y en el 73 lanzaron su álbum debut “Queen”, considerado una de las novedades musicales más interesantes del momento. Le siguió “Bohemian Rhapsody” en el 75, alcanzando la cima de las listas británicas donde permaneció por varias semanas. Muy pronto la popularidad de Queen se extendió más allá del Reino Unido, mientras entraban en las listas de éxitos y triunfaba en Europa, Japón y Estados Unidos. En el 81, hicieron una gira por Latinoamérica, que incluyó Argentina. Antes del show en el Estadio de Vélez, Mercury fue entrevistado por la actriz China Zorrilla.
Uno de los hitos más importantes en la carrera del grupo se produjo en el 85, cuando participó del festival Live Aid, en Londres, en la que fue considerada como una de las mejores actuaciones de una banda en vivo en la historia del rock. En los años ochenta lanzó su carrera como solista, publicó dos álbumes, “Mr. Bad Guy” y “Barcelona”, en este último contó con la colaboración de la soprano española Montserrat Caballé.
Hay artistas que logran que una imagen se convierte en icónica. ¿Cómo debe vestirse (o disfrazarse) quién quera imitar o emular al frontman de Queen? Las opciones son innumerables. ¿El jean celeste claro y la musculosa del Live Aid? ¿O la campera de cuero amarilla con el traje blanco con largas tiras laterales de varios colores con las botitas de boxeador? ¿O con ajustados pantalones blancos y una suntuosa capa de terciopelo? ¿O tal vez con ese vestuario con reminiscencias bondage de fines de los setenta, principios de los ochenta, con mínimos pantalones negros de cuero, con el torso desnudo y tiradores? ¿O tal vez con el catsuit de lycra negro con un escote que llegaba hasta el ombligo? Decenas de looks. Ninguno para pasar inadvertido. Originales, estentóreos, inolvidables, recordándonos siempre que él era una estrella y que todo se trataba de un show, un gran show.
Mary Austin fue su novia durante seis años. Pero la amistad entre ellos duró hasta el final. La relación está bien mostrada en Bohemian Rhapsody. A mediados de los setenta, él le confesó lo que ella ya sospechaba: su homosexualidad. El cariño, el vínculo y la amistad sobrevivió a la revelación. Freddie decía en cada oportunidad que se presentaba que Mary era su única amiga verdadera. A ella le contaba sus secretos más íntimos y era de la única persona que escuchaba consejos. Mary cuidó a Freddie a lo largo de su convalecencia final. Freddie le dejó su fortuna y confió en ella la decisión de todos sus asuntos finales (el destino de sus restos) y póstumos.
A fines de los ochenta el deterioro físico de Mercury era evidente. Perdía peso y energías y sus apariciones públicas eran cada vez más escasas. Los rumores sobre la salud de Freddie se amontonaban en los diarios. En agosto de 1991, mientras los periodistas buscaban que alguna enfermera les diera información sobre la salud de Mercury, se les pasó una noticia que hubiera ocupado la primera plana de los diarios sensacionalistas por varios días. Paul Prenter había fallecido como consecuencia del SIDA. Solo, abandonado, sin dinero y sin siquiera conseguir la atención final de la prensa que buscó con denuedo.
Tres meses después, el 23 de noviembre de 1991, el agente de prensa de Freddie Mercury dio a conocer un escueto comunicado que confirmaba los rumores y los peores temores de los fans: “En virtud de la enorme atención que la prensa ha brindado al asunto en las últimas dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo de HIV y que por lo tanto padezco de SIDA. Creía adecuado mantener en secreto esta situación hasta la fecha para conseguir la tranquilidad de quienes me rodean. Pero llegó el momento para que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad y junto a los doctores me ayuden en la batalla contra esta terrible enfermedad”.
No hubo demasiado tiempo para conmociones. Era otra época y las noticias corrían más lento. Al día siguiente, el 24 de noviembre de 1991, Freddie Mercury moría en su mansión.
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