En un análisis más profundo de los comportamientos de los jóvenes frente al coronavirus, el autor advierte sobre la complicidad del mundo adulto en los oscuros resortes presentes en este fenómeno. Sobre la supuesta “culpabilidad” de los jóvenes.
Asistimos alelados a las concentraciones de jóvenes que sin respetar las mínimas normas de prevención contra la covid-19, irrumpen aquí y allá con total desaprensión por las nefastas consecuencias que para ellos y, sobre todo los mayores, acarrea tamaña irresponsabilidad. Sin embargo, a poco que nos detenemos a reflexionar encontramos elementos para apreciar la complicidad del mundo adulto en los oscuros resortes presentes en este fenómeno.
Desde ya, va de suyo el componente hormonal por el cual cuerpos jóvenes precisan de otros cuerpos para la descarga apropiada de tensiones generadas en la emergencia de la sexualidad; a eso se le agrega que el adolescente –tal como precisa Freud– necesita concretar el desasimiento de los objetos incestuosos, a saber: padres, abuelos y demás adultos de la familia, por lo cual se le hace urgente cumplir con el mandato exogámico cuya más clara traducción consiste en salir; generar nuevos vínculos; presentarse en sociedad. El sujeto adolescente es el más vulnerable de la escala etárea, posee un cuerpo adulto y una psique aún formación. La subjetividad en ciernes que lo acicatea le impone alienarse con semejantes de manera de constituir alianzas, enfrentar el desafío de integrarse como Uno entre otros, para así brindar respuestas a las preguntas con que la adolescencia suele inquietar estos nóveles cuerpos: quién soy aquí; qué quiero hacer; por qué me siento extraño en mi propia casa; qué hago con esta excitación que me invade; por qué nadie me entiende…; y otras incómodos interrogantes e íntimas experiencias que lo impulsan a buscar pares con similares inquietudes.
Ahora bien, la pandemia ha venido a entorpecer de manera grave y frontal este proceso de apertura que los jóvenes precisan como el aire. Obligados al encierro durante meses, la ya de por sí compleja relación con los adultos se ha tornado, en muchísimos casos, intolerable. A esto se le agrega que el culto a la estética presente en nuestra subjetividad consagra a la juventud como el anhelado Ideal a alcanzar, cualquiera sea el medio empleado, desde la ropa con que los adultos se disfrazan de jóvenes hasta las operaciones estéticas a las que se someten con el fin de quitarse años de encima. No por nada, el sujeto púber, joven o adolescente suele ser el blanco preferido de las publicidades que empujan al descontrol habida cuenta de que sus hábitos –fácilmente influenciables– orientan las pautas de consumo.
De esta forma, verano, excesos y la imagen de cuerpos jóvenes amuchados constituyen un cóctel que desde hace décadas todos bebemos sin reparar en las consecuencias que su compleja composición acarrea. Desde este punto de vista, bien podríamos decir que la supuesta irresponsabilidad hoy puesta a cuenta de los jóvenes no es más que el retorno de lo que nuestras sociedades capitalistas les inculcan: un desprecio a la autoridad y los límites a expensas de un empuje al consumo que poco margen deja para el cuidado de sí mismos y de sus propios cuerpos.
Para decirlo todo: ¿Vivimos en un país apestado de fake news sobre el coronavirus, con jueces que autorizan tratamientos tóxicos prohibidos por la autoridad competente y la culpa por el crecimiento de los contagios es de los jóvenes?
La práctica psicoanalítica verifica la ambivalencia predominante en las relaciones entre jóvenes y adultos. El amor y la admiración al Padre (léase padre, madre, tutor o quien cumpla tal función cualquiera sea el sexo que su cuerpo encarne) se alterna con el odio y la desconfianza respecto del mundo adulto, en especial aquellos más cercanos en su historia y espacio. No por nada, en el plano simbólico, el sujeto joven necesita matar al Padre para poder crecer y realizar su propio camino. Encuentro que esta actual desaprensión y descuido por parte de los jóvenes hacia sus mayores se alimenta del oscuro resorte inconsciente que distingue al complejo crecimiento de las personas, y que hoy algunos exacerban al servicio de oscuros intereses.
Es que, por su parte, no son pocas las veces en que el mundo adulto ha preferido, en lugar de encaminar y acompañar el deseo de crecimiento de los jóvenes, servirse de ellos para sus más viles interese: llámese guerras, o tal como sucede en la actual órbita neoliberal que hoy predomina en el planeta; ubicarlos como meros objetos de consumo. Como se ve, los inconscientes también habitan en los que ya dejaron de ser jóvenes.
Desde ya, no se trata de darnos por vencidos. Hay un poderoso operador psíquico que puede orientar este impulso caótico hacia mejores fines, de manera que el cuidado y la prudencia primen por sobre el mero impulso y la irresponsabilidad. Me refiero a la identificación. El sujeto adolescente necesita modelos, figuras, y ejemplos con que orientarse y forjar valores que otorguen horizonte a sus más legítimos deseos.
De allí que este momento convoque la actitud más adulta que un sujeto pueda poner en práctica, a saber: hacernos cargo de los inconscientes de manera que, lejos de quedarnos paralizados u horrorizarnos por las actitudes de los jóvenes, poner lo mejor de nosotros mismos para cooperar en la lucha contra el SARS-Cov-2 y los otros virus que, desde ya hace tiempo, afectan la vida política y la convivencia en nuestro país.
Autor: Sergio Zabalza, psicoanalista.
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