12 mayo, 2024

El sueño de la séptima Copa se desvaneció por tercera vez.

Boca Juniors concretó este sábado el tercer intento frustrado de alzarse con la ansiada séptima Copa Libertadores de su historia, tal como sucedió en 2012 y 2018, lo que le impidió alcanzar a Independiente como el club más ganador de la historia del torneo.

Esta final será recordada por mucho tiempo por un tema en particular. El hecho de que uno de los clubes más populares de Sudamérica haya enfrentado en una definición de Copa Libertadores al Fluminense en su casa, el Maracaná, no es un detalle para dejar pasar por alto. Por eso uno se imaginaba que podían ocurrir algunas situaciones, aunque no de la manera cómo se presentó.

Lo primero. La tensión de los días previos por lo que ocurría con los hechos violentos de parte de algunos barras del Tricolor. Esto se vio agravado en los accesos cuando falló el sistema digital. Vale recordar que el hincha debía tener cargado con datos su celular para exhibir el ticket, que iba a ser escaneado vía QR, pero que en algunos accesos debido a la demanda el sistema dejó de funcionar y la gente la pasó realmente muy mal.

Aquella marea humana que dominó las calles de Río intentó disfrutar a cada paso del calor en las playas antes del deporte, de justificar el heroico esfuerzo de viajar, en algunos casos durante dos horas por las rutas argentinas y brasileñas, con el fin de poder ver a los colores de sus amores. Todo eso en medio de un inédito clima de preocupación por la recepción que ofrecieron las tierras locales. Era un partido de fútbol, el más importante, pero que pareció convertirse en otra cosa.

Superado esto, llegó el nerviosismo y la euforia a la vez en Boca Juniors y Fluminense. El clima copero ratificó lo que genera un encuentro de Copa Libertadores de América. No fue una final más. Flu mostró sus cartas y buscó hacerle sentir el rigor al Xeneize, que pudo reaccionar pero que los errores individuales le terminaron costando muy caro.

Si el tanto de Germán Cano había explotado a un estadio que ya estaba en ebullición por la torcida de Fluminense, el empate llegó de la mano del empuje y coraje más que por el buen fútbol. Faltaba poco más de un cuarto de hora y ese disparo de Luis Advíncula, el más ovacionado por ser la figura, revivió el ánimo de los Xeneizes.

Sin embargo, todo se derrumbó rápidamente por los cambios, que para muchos fueron “increíbles”. Lo que se percibía en el ambiente visitante era que otra vez fallaron los mismos jugadores y el entrenador en los cambios. En el rubro de “los mismos de siempre” entra Frank Fabra, quien perdió la marca y posibilitó el primer gol de Fluminense. Además, el colombiano se hizo expulsar de manera infantil.

Y en cuanto a Jorge Almirón los gestos de incredulidad fueron cuando reemplazó a Figal, cansado, pero con mucha entrega y sacrificio. La expulsión se sintió en el ambiente que pasó a ser todo del Flu.

El común denominador que reinó en las butacas del Maracaná pareció apuntar sobre Frank Fabra y su futuro en Boca Juniors. La infantil expulsión por el cachetazo repitió las miradas de furia entre las butacas, apuntado contra la continuidad de lateral colombiano que parece tener tanto talento en los pies como constante desgano deportivo incomprensible, en el que era, seguramente, el partido más importante de su carrera.

Y esa sombra sobre la continuidad también se posicionó por encima de la cabeza de Almirón en los comentarios de los fanáticos que abandonaban apesadumbrados el estadio. La “suerte está echada” para el DT de cara a diciembre, cuando su vínculo con la entidad Xeneize finalice legalmente. El sinsabor del juego debería trasladarse directamente a la negociación sobre su futuro.

Se terminó una edición de Copa Libertadores que dejará muchas cosas por mejorar y que los propios hinchas fueron los encargados de aclararlo. Pero también para por qué es el mejor torneo del mundo, con sus defectos y virtudes, por supuesto